Por Antonio Roldán.
Voy a cumplir 49 años y sé que soy de otra época más dura y no quiero que vuelva.
Si en mi infancia me hubiesen hablado de la homosexualidad, seguramente hubiera sido más feliz. Me hubiera ahorrado que las profesoras me pusiesen el mote de maricón en el colegio, por el simple hecho de jugar con las niñas a juegos "de niñas". Algo que hacía porque me crié con tres hermanas, vecinas, primas y amigas, en lugar de con varones. No era otra cosa, ya que con seis años, ni diferencias sexos a no ser que te lo especifique, enseñen e inculquen.
Me hubiera ahorrado el preguntar a mis hermanas que era ser maricón y que te respondiesen, con el mayor cariño, desconocimiento e inocencia que pueda tener un preadolescente, que era como si a una chica le llamasen puta. Siguiente pregunta, obvia, es "y qué es puta". Con la respuesta simple, ignorante e inocente, "algo muy malo".
Me podría haber ahorrado las continuas noches llorando mientras le pedía a algún ser superior que " me hiciese normal", ya que las únicas referencias a las que podía acceder en aquellas épocas eran señores vestidos de flamencas, y yo no me sentía representado. Yo no quería vestirme de mujer para ser yo. Y al ser un niño ignorante, no lo entendía. Como tampoco entendía los chistes zafios e insultantes, o comentarios que me hacían sentir peor persona de lo que ya me sentía.
Habría ahorrado a esas adolescentes que me quisieron como novio, el dolor de una ruptura segura. Habría ahorrado el dolor a mi última novia, ya mujer, al escuchar que la dejaba por un hombre, y mi desconcertante alegría al saber que ya sabía quién era yo, aunque eso no fuese la solución a mi caos mental.
Habría ahorrado a mi familia y a mí, la desesperación suicida y alcoholica de querer escapar de algo que me superaba y me impedía vivir como cualquier persona, porque además no podía decirles que era por qué era homosexual, porque hasta yo me avergonzaba y me odiaba por NO SER NORMAL.
Seguramente me hubiera ahorrado una vida de depresión, de querer morir por no ser normal, de terapias, de miedo, de acoso y de ataques homófobo que te hacen vivir con terror al prójimo.
Tan sencillo como que alguien me hubiese contado cuando era pequeño, que no era un bicho raro. Que lo que me iba a pasar era normal y tenía un nombre, homosexualidad. Que no tenía que ocultarlo, y que me podía defender de los ataques en lugar de sentirme culpable y avergonzado.
Algo tan normal, habría ahorrado mucha tristeza y desesperación a mí y a los que me querían, quieren o me han querido.
Nunca he hablado en alto 49 años de todo esto excepto a los más íntimos cuando ya era adulto, y a mis psicólogos y psiquiatras que aún siguen tratándome. Pero esto me supera.
No es un PIN parental, ni Censura parental. Es CRUELDAD. Es ODIO. Es ESTUPIDEZ IGNORANTE. Es DOLOR.
Si fuese padre, no permitiría que a mis hijos les negasen la oportunidad de ser felices sin tener miedo ni vergüenza por ser quien son.
Si alguien ha llegado hasta aquí y es padre o madre o tutor, por favor, ya que me has leído hasta el final, entiende que la ignorancia y el odio, solo causa dolor a los que más quieres, incluyéndote a ti. Y espero que hayas entendido que naces homosexual. No creo que nadie decida sentir tanto dolor y tristeza para "convertirse" en un vicioso desviado maricón.
Gracias por escucharme.
P.D. Por si hay algún corazón sucio y oscuro leyendo esto, las manos que me abrazan son de mis mejores amigas, mis hermanas.